(ES) 24: La verdad de la fotógrafa
Un retrato es muchísimo más que un espacio, un sujeto y un buen ojo. Es un lugar, una persona y la verdad de un fotógrafo.
Este episodio también hace referencia al colonialismo y la opresión al hablar de la historia de los comcáac y otros pueblos indígenas, aunque nunca con detalles explícitos. Por favor, ten esto en cuenta al escuchar Accession.
Notas
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Créditos:
Este episodio fue escrito y producido por T.H. Ponders, con la producción y edición del guion de Ana O’Daniel. La voz de Graciela Iturbide es la de Ria Couoh. La versión en español fue traducida por Melisa Palferro y narrada por Claudio Venancio.
Nuestro inigualable diseño para la segunda temporada es obra de V Silverman. Nuestra melodía es interpretada por Mike Harmon, con grabación y producción de Casey Dawson. Accession es una producción de T.H. Ponders y Ana O'Daniel. Nuestros productores ejecutivos para esta temporada han sido Charles Gustine y James Oliva.
Transcripción
Bienvenidos a Accession. Hoy estuve en el Phoenix Art Museum de Phoenix, Arizona, disfrutando de una increíble colección de fotografías de la artista Graciela Iturbide. Lamentablemente, desde que estuvimos aquí el verano pasado, la exposición ha cerrado. Pero lo bueno de la fotografía es la facilidad con la que puede reproducirse. Se pueden encontrar copias de la obra de Iturbide en galerías de todo el mundo, en los lustrosos libros de arte que hay en la biblioteca e incluso en nuestra página web, donde hemos reunido algunas de nuestras favoritas. Así que, de una forma u otra, consigan una colección de la obra de Iturbide, un lugar en el que puedan perderse en el mundo de sus impresiones en gelatina de plata y encuentren la obra “Mujer ángel, Desierto de Sonora”.
Una suave briza sopla por el desierto. Oímos el canto de los animales y los pasos de un grupo de gente caminando sobre la arena, sus voces ensordecidas por el mundo que las rodea.
Iturbide: ¡Sigue! Quiero sacar una foto.
Iturbide (narración): “No entiendo qué me hace sacar una foto. Cuando aprietas el gatillo de la cámara, quizá se resumen en tu intuición todo lo que has aprendido y tu imaginación, sin por ello falsear la realidad.”
Se dispara el obturador y, en un instante, el desierto no es más que silencio.
Se encuentra de pie e inclinada hacia delante, arrastrando la falda por detrás y mirando el vasto desierto de Sonora que tiene enfrente. Con esa postura, parece “como si pudiera volar hacia el desierto”, según dijo la propia Iturbide. Apoya una mano, enredada en su pelo, en una grieta que hay entre dos rocas en la ladera de la montaña, lo que recuerda al espectador la conexión que tiene la protagonista con la tierra. Pareciera como si el triángulo conformado por sus brazos extendidos fuera otra montaña que se erige en el desierto, como las que se ven a lo lejos; como si su cabello negro y alborotado por el viento se mimetizara con los suaves pétalos negros de las flores que se mecen en primer plano, apenas fuera de foco. Incluso la sutil gradiente de grises que se aprecia en los pliegues de su falda se hace eco de los suaves tonos grises de las nubes que adornan el cielo. Su conexión con la tierra es una historia, parte de la verdad contenida en esta fotografía. Se trata de la Mujer ángel del desierto de Sonora.
Pero, entonces, vemos en su mano una radiocasetera portátil. Un objeto que debiera estar fuera de lugar y que, sin embargo, parece apropiado. Un objeto que no contradice de ninguna manera su verdadera conexión con la naturaleza. Meramente la complementa, la complica; cuestiona la verdad que creemos haber visto y la reafirma. Porque una mujer con una falda suelta al borde de un terreno escarpado que parece como si pudiera volar hacia el desierto es una historia maravillosa. ¿Pero a quién se le ocurriría al contar esta historia, al ambientar esta fotografía, ponerle una radiocasetera portátil en la mano a esta mujer? Debe de ser cierto.
Y esta es una de las cosas que se pierden cuando hablamos de los grandes fotógrafos. Debido a que la cámara conlleva un proceso tan científico, creemos que lo que vemos debe de ser verdad, debe ser real. Luego, cuando nos dedicamos a defender el genio artístico del fotógrafo, alabamos su capacidad para tomar la verdad en toda su crudeza y darle forma de historia; un espacio, un sujeto, el buen ojo de un fotógrafo. Podemos imaginar a Ansel Adams contando una historia con el acantilado de una montaña escarpada o a Dorothea Lange contando una historia con el rostro triste de una madre y los rostros ocultos de sus hijos. Sin embargo, Graciela Iturbide escapa por completo a ese tipo de relato porque no nos muestra historias construidas a partir de la verdad. Nos muestra la verdad construida con historias.
Por lo tanto, mientras hablamos de estas historias, les invito a pasearse por el lugar en donde estén, a hojear el libro que tengan en mano o a ir mirando las im ágenes que obtuvieron como resultado de su búsqueda de Google. Si están leyendo esta transcripción en nuestra página web, he subido unas cuantas de las imágenes de Iturbide para que las observen mientras siguen el relato.
Disparo del obturador.
Iturbide: El lugar
Antes de poder contar la historia de Iturbide, o las historias de los sujetos de sus fotografías, debemos comenzar por contar la historia del lugar. Iturbide no le rehúye a la idea de permitir que el espacio que rodea a sus sujetos interactúe con ellos. No se esfuerza nunca por aislarlos o separarlos del lugar. Y si no, observen cuán a menudo la naturaleza logra inmiscuirse en sus fotografías: una bandada de pájaros que se arremolina alrededor de un cable telefónico; un hombre que hace equilibrio con el perro que tiene en la mano; una mujer que lleva una corona de iguanas. Iturbide fotografía a sus sujetos con el desierto como fondo, entre las llanuras, en sus casas y ciudades, en las calles en las que viven y trabajan cada día. Pisos de concreto manchados, paredes de estuco agrietadas, murales desteñidos, vallas rotas… todos con historias propias que contar y que Iturbide no hace nada por ocultar. Y no tiene por qué.
Iturbide: “Es más importante conocer los mundos adonde voy, es tan atractivo este conocimiento que la fotografía casi pasa a segundo término… Al sacar una foto, sucede algo muy distinto a cuando estás documentándote sobre ese mundo”.
Iturbide sabe que la historia de una persona contada por una fotografía se compone tanto de quién es la persona como de a dónde está.
Disparo del obturador.
Iturbide: La gente
Basta con pasar un tiempo admirando las fotografías de Iturbide para conocer las historias de algunas de las personas más interesantes con las que nos hayamos cruzado. Por ejemplo, la de Magnolia. Durante el periodo que Iturbide pasó con los zapotecas, uno de los muchos pueblos indígenas mexicanos, que viven en el estado de Oaxaca, la fotógrafa conoció a una muxe llamada Magnolia. En la cultura zapoteca, una muxe es una persona a quien se le asignó el género masculino al n acer, pero que utiliza atuendos femeninos y actúa de la manera que se asocia tradicionalmente con las mujeres. En la cultura zapoteca, este es un tercer género ampliamente aceptado y celebrado, pero no debe confundirse con las mujeres trans o las identidades no binarias que conocemos hoy en día.
En estas fotografías, vemos a Magnolia como quiere ser vista y la vemos como representante de la historia de la identidad muxe. Sin embargo, ninguno de estos aspectos es más importante que el otro. Y ello se debe al tiempo que Iturbide pasó hablando con Magnolia y conociendo su historia. Cuando a Iturbide se le encargó que tomara fotografías etnográficas de grupos como los zapotecas, la fotógrafa invirtió mucho tiempo y esfuerzo en conocer a estos pueblos. Vivía con ellos, hablaba con ellos, los escuchaba, aprendía y, con el tiempo, se ganaba su confianza antes de siquiera haber tomado una fotografía. Dicho esmero y dedicación quedan plasmados en cada imagen de la fotógrafa, ya sea la de una joven que va a celebrar su fiesta de quinceañera, la de un grupo de cholos en la zona este de Los Ángeles o la de una muxe zapoteca llamada Magnolia. Ya fueran imágenes espontáneas o posadas, Iturbide se tomaba el tiempo de escuchar y conocer las historias que iba a fotografiar. La artista nos muestra a sus sujetos como son y como quieren ser vistos, permitiendo que ambas historias se superpongan de manera natural.
Iturbide: Lo importante es el cruce entre la intuición y la disciplina, porque hay que estar atento y a la vez ser invisible. El ojo debe estar atento y captar muy rápidamente todo lo que traes dentro, no sé cómo explicarlo… La labor del fotógrafo es sintetizar, hacer una obra poética y fuerte a partir de lo cotidiano”.
Iturbide sabe que la historia que un fotógrafo muestra es tanto una historia que se le entrega de manera gratuita como una historia que se descubre de manera espontánea.
Disparo del obturador.
Iturbide: La fotógrafa
No vale con sólo dejar que el lugar y el escenario de una fotografía interactúen con los sujetos. No es suficiente con escuchar, aprender, respetar y amar a las gentes fotografiadas. También hace falta un fotógrafo, una vía por la que fluyan todas esas cosas. Y no hay fotógrafo alguno que sea neutral.
Iturbide: “…con la cámara tú interpretas la realidad. La fotografía no es la verdad. El fotógrafo interpreta la realidad y, sobre todo, construye una realidad propia, de acuerdo a sus conocimientos o sus emociones… Sin la cámara, ves el mundo de una manera, y con la cámara, de otra; por esta ventana, estás componiendo, incluso soñando con esta realidad, como si a través de la cámara se estuviera sintetizando lo que tú eres y has aprendido del lugar. Entonces haces tu propia imagen, estás interpretando. Al fotógrafo le sucede lo mismo que el escritor: le resulta imposible obtener la verdad de la vida”.
Iturbide sabe que ella no es independiente de sus fotografías, que debe ser parte de las historias que estas cuentan.
Así que, a medida que recorren las muchas fotografías que ha tomado, vayan regresando a nuestro punto de partida, la Mujer ángel. Oiremos cómo se superponen en esta imagen las historias del lugar, la gente, la fotógrafa, la mujer y la radiocasetera portátil.
Disparo del obturador. El paisaje del desierto se construye a medida que avanza la historia.
La historia se remonta a un tiempo muy lejano. Durante muchísimos años, el viento y el sol, a través de la erosión y la lluvia, fueron dando forma a una región a la que algún día se llamaría “desierto de Sonora”. Y en aquella región había gente. Había, más bien, muchas gentes distintas, con diferentes culturas y tradiciones, una de las cuales se autodenominaba comcáac. Este pueblo, que habitaba en el caluroso desierto de Sonora, prosperó gracias a la pesca en el golfo de California y el labrado de la tierra. Pero, entonces, llegó otra gente a la región, gente proveniente de España, México y Estados Unidos, gente que quería hacerse con la tierra a la que los comcáac habían llamado desde siempre su hogar. Los comcáac, incorrectamente llamados “los seri” por los españoles, mexicanos y estadounidenses, hicieron todo lo que estaba su alcance por aferrarse a su cultura y su lengua. Sobrevivieron masacres despiadadas, enfermedades foráneas, así como generaciones de viento desértico y presiones externas, que intentaban erosionar su cultura para convertirla en poco más que arena. Se aferraron como pudieron y lograron sobrevivir. Pero, más que sobrevivir, incluso frente a la opresión que enfrentaron, lograron continuar pescando, labrando la tierra y prosperando.
Con el tiempo, se creó un organismo denominado Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista de México, que consideraba que era importante que la cultura del pueblo aún incorrectamente llamado “seri” sobreviviera o, al menos, fuera documentada. Con este objetivo, en 1978, le encargaron a Graciela Iturbide fotografiar al pueblo seri. Ahora bien, desde nuestra perspectiva actual, que implica una comprensión limitada de los detalles específicos de la historia pero también un conocimiento más amplio de las tendencias históricas generales, resulta difícil no entender las motivaciones del Archivo Etnográfico del Instituto Nacional Indigenista de México como una idea colonial de preservación cultural mal concebida, aplicada a un pueblo que ellos creían estaba desapareciendo. Sin embargo, desde la misma perspectiva y observando las miles y miles de fotografías que tomó Iturbide, queda claro que las motivaciones de la fotógrafa eran muy distintas.
Para Iturbide, los comcáac, los zapotecas y la gente que fotografió era sólo eso: gente. Gente con vidas propias. Gente con hogares. Gente cuyas vidas y hogares se habían visto increíblemente complicados por sistemas de colonización y opresión. Gente que encontró la manera de seguir avanzando. Y, en esas gentes y en esos lugares, Iturbide halló la verdad. La verdad que quería mostrar al mundo y que sentía era necesario contar. Así, vivió con este pueblo en Punta Chueca. Habló con ellos, los escuchó, aprendió lo que le enseñaron, se ganó su confianza y, con el tiempo, los fotografió.
Tras haber vivido con ellos durante un año, Iturbide y un grupo de mujeres decidieron dar un paseo hasta una cueva que estaba cubierta de pinturas de los comcáac. Una de estas mujeres llevaba consigo una radiocasetera portátil, que había obtenido haciendo un trueque con unos estadounidenses para poder escuchar la radio mexicana. En aquel momento, Iturbide vio frente a sí la superposición de todas esas historias: vio a la mujer cargando la radiocasetera, vio a la mujer aferrándose a su cultura, la vio observando el desierto de Sonora que se desplegaba frente a ella, soñó con esta realidad y…
Iturbide: ¡Sigue! Quiero sacar una foto.
Se dispara el obturador y, en un instante, el desierto no es más que silencio.